CASO
TROTSKY PUSO EN EL
OJO DEL HURACÁN A LA
JUSTICIA MEXICANA:
DR. MIGUEL ARROYO
RAMÍREZ
***El magistrado Jorge Ponce Martínez recopiló el histórico expediente de este caso que ensombreció a todo el mundo por el sanguinario asesinato que cometiera Jacques Mornard, un agente de la implacable KGB
***Impresionante la resolución judicial del juez Rafael Rojina Villegas en el Caso Trotsky, un expediente histórico que detalla cómo el poder del Sóviet Supremo acabó con quien se le consideraba el sucesor de Stalin.
***Jaime Ramón Mercader del Río y/o Jacques Mornard y/o Frank Jackson, llevaba arma blanca y pistola, pero pensó que la muerte más rápida, silenciosa y efectiva era el piolet
***Trotsky pegó un grito, se volvió y mordió a su asesino. Fue atendido por los médicos y sobrevivió durante 26 horas más
BLAS
A. BUENDÍA
Reportero
Free Lance
Primero que nada, se trató en su
momento de un acontecimiento de carácter universal que impresionó al mundo
entero, y que puso al aparato de justicia de México en el ojo del huracán, bajo el
escrutinio de observadores y gobiernos internacionales en el Caso León Trotsky.
Dijo
lo anterior el Consejero de la Judicatura del Tribunal Superior de Justicia de
la Ciudad de México, Doctor en Derecho Miguel Arroyo Ramírez, en su intervención
como ponente en la presentación del libro “La Resolución de Rojina Villegas en el Caso
Trotsky: su negativa de Libertad Preparatoria al homicida Jacques Mornard”,
escrito por el magistrado Jorge Ponce Martínez, donde detalla con elegancia y exámenes
precisos, el infausto acontecer registrado a principios de la década de los
40’s.
El
criminal Jaime Ramón Mercader del Río (Barcelona, España, 7 de febrero de 1913-La
Habana, Cuba, 19 de octubre de 1978), fue un militante comunista español y
agente del servicio de seguridad soviético NKVD (Comisariado del Pueblo para
Asuntos Internos), conocido por asesinar el 21 de agosto de 1940 al político y
revolucionario ruso León Trotsky, que paradójicamente en “recompensa” por el
acto criminal, recibió la ciudadanía soviética y fue nombrado “héroe” de la
Unión Soviética.
La
narrativa del crimen de Trotsky -señala el Doctor Miguel Arroyo Ramírez-, se valorar
en la tesis de don Jorge Ponce Martínez, quien siendo un magistrado civilista
cuya obra que presenta tiene un amplio significado, recurrió al Archivo
Judicial para hacer una recopilación de las investigaciones que se redactaron por
los sucesos del miércoles 21 de agosto de 1940, en la vieja casona de Coyoacán.
El caso de la resolución del juez Rafael Rojina Villegas, respecto al homicidio
de León Trotsky, contiene revelaciones oficiales de ese suceso histórico.
Primero
que nada se debe recordar que, León Trotsky (Lev Davídovich Bronstein, más
conocido como Lyev Trótskiy o, en español, como León Trotski y quien fue un
político revolucionario ruso de origen judío), era el principal sucesor real de
Lenin (Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin); era quien había organizado al
Ejército Rojo, tenía una amplia ascendencia.
Para
el doctor Miguel Arroyo, se trató de una situación de juegos por el poder, ya
que es Stalin quien domina el poder de la Rusia Soviética, en tanto que León
Trotsky tiene que huir de un régimen autócrata, buscando asilo en varios países
que lo rechazan, nadie quería tener como enemigo a la Unión Soviética.
Precisamente
–apunta- encuentra una acogida en México con un sector de la izquierda mexicana
porque ésta estaba dividida en ese momento, y que se había dividido más cuando
prácticamente ya se conocía el Pacto Hitler-Stalin, pronosticado por Trotsky como la consecuencia inevitable
de los Acuerdos de Münich, de 1938, entre el nazi-fascismo y las
"democracias" occidentales, y eso hizo que la izquierda
mexicana se dividiera de una manera que casi le costara su existencia.
Si
bien en la hemeroteca de la UNAM, aparece en textos periodísticos de acciones
inverosímiles que aseguran: “…entiéndase que para México, el asesinato
fue una afrenta internacional: no había podido garantizar la vida de un hombre
perseguido de país en país por la furia asesina de un enemigo de dimensiones
aterradoras. Había ofrecido refugio... y el refugio había sido una trampa. La
conmoción fue tal que, en cierto modo, aún está vigente…”
Esto
–añadió- provocó que Trotsky fuera, no solamente ya en México, perseguido implacablemente
por los agentes soviéticos, sino también por algunos agentes de la propia
izquierda mexicana que aparentemente más que su propia ideología, se arrogaron
también en la labor de tratar de acabar con la vida de León Trotsky. En
síntesis, tuvo que sortear dos frentes enconados, “él solo contra el mundo”.
Es ya conocida la participación del pintor David Alfaro Siqueiros,
pero es conocida también la participación en defensa de León Trotsky, desde
Diego Rivera, y ahí estaban los dos símbolos de la izquierda mexicana que luego
se llamaron stalinistas y luego se autonombraron trotskystas.
Si bien narró el Doctor Miguel Arroyo
que su abuelo pertenecía al Partido Comunista Mexicano, nunca le quedó muy
claro de qué lado había estado, pero evidentemente no aprobaba el homicidio de
Trotsky, y sí reprochaban el Pacto subterráneo entre Stalin y Hitler.
“El
tema no solo llegó ahí, sino que resulta que al cabo de los años, un tío
político mío resultó ser sobrino de León
Trotsky, o sea, su padre era, a su vez, parienta directa de León Trotsky,
porque la familia de Trotsky, una parte de los Rothstein se van a Estados
Unidos, y de origen judío, se convierten en una familia, en su mayoría, muy
próspera en la Unión Americana.
Sin
embargo, revela que siempre acallaron el origen de los vínculos de León
Trotsky, pero el otro sector no lo acalló; “yo pertenecí al sector que no la
había acallado y formó parte de la izquierda en los Estados Unidos de América, siguiéndose
una tradición ideológica”, comentó.
De
tal suerte –precisa- se trató de una situación en la que se escucharon muchos
comentarios, y evidentemente cómo Ramón Mercader que usaba el sinónimo francés
de Jacques Mornard, realmente se trataba de un catalán. Ramón Mercader se había
ganado la simpatía de Trotsky, poco a poco y después se las había ingeniado para
entrar al recinto de León Trotsky, y a sangre fría acabara con su vida
clavándole un piolet en la cabeza.
“Un
hecho que se sumaba con anterioridad a varios atentados en contra del ideólogo
León Trotsky. De hecho, ambos personajes se cambiaban de habitación cuando
dormían, y simulaba estar dormidos en una de las habitaciones en donde ya había
recibido otros atentados, de tal suerte que nunca pensó que estaba durmiendo
con el enemigo”.
La justicia mexicana
en la palestra internacional
A
raíz de los históricos acontecimientos del miércoles 21 de agosto de 1940, de
pronto la justicia mexicana se ubicó con un asunto de Estado, que estaba en la
palestra, y corre la suerte la justicia mexicana que el juez que conoce del
asunto en primera instancia fue el maestro Raúl Carrancá y Trujillo, de
connotada reputación y con una personalidad de gran presencia en el medio
judicial mexicano.
Pero
Carrancá no acaba siendo, evidentemente y como lo aclara en el texto el maestro
Ponce, quien conociera el final del proceso, por una suerte de modificaciones
en la estructura de los tribunales mexicanos, el caso lo sigue el jurisconsulto
Rafael Rojina Villegas.
Posteriormente,
se registra una interesantísima forma de ver cómo Rojina Villegas se opone a la
liberación preparatoria de Jacques Mornard y la argumentación que realiza para
ello. Unos meses después, la libertad le es otorgada “por una gracia” del
secretario de Gobernación y el subsecretario, que eran, ni más ni menos, Gustavo
Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, quienes posteriormente fueron Presidentes
de México.
Abunda:
“El juez Rojina contradice los elementos del proceso judicial, toda vez que hay
un cambio en la postura del gobierno mexicano. Un cambio en cuanto a la postura
primero de oponerse a la libertad preparatoria cumplida en su mayor tiempo, y
después acceder a esa libertad preparatoria para ‘congraciarse’ –esto ya es una
hipótesis personal, afirma el Doctor Miguel Arroyo-, con el Estado soviético”.
En
aquella época, la justicia mexicana comenzó a tener una preponderancia
internacional avasallante, sobre todo de cómo el juez Rojina Villegas tuvo que
construir un argumento para impedir la libertad preparatoria a Ramón Mercader.
Revalora:
“Entonces, lo que ha hecho el magistrado Ponce, es absolutamente de un gran
valor histórico, porque recupera los textos jurídicos a través de los cuales
podemos reconstruir el reflejo de la contienda política que había en ese
momento”, y que le tocó resolver y conocer de un asunto delicados como el Caso
Trotsky; “fue toda una presión que recaía en un tribunal mexicano”, aseveró.
El
homicidio que comete Mercader –subrayó- es por razones ideológicas, con un
convencimiento ideológico que León Trotsky realmente estaba organizando la Cuarta
Internacional para quitar del poder a Stalin, a quien en un momento dado se le
pretendió desestabilizar entre los ataques de la Alemania nazi que estuvo a
punto de vencer a la Unión Soviética.
A
Trotsky –puntualizó- se le veía como una amenaza para la Unión Soviética, y por
eso, era el deseo de acabar con él. Era un gran hombre y respetadísimo, porque
era él, realmente, el sucesor de Stalin. Sin embargo, no lo fue por la tragedia
que se vivió. Fue una de las mentes más brillantes sin duda alguna del Siglo
XIX, una de las figuras políticas más importantes de esa paradigmática época cuando
se le atacó en la Casa de Coyoacán con un piolet, dando por termina su vida en el
marco de una gran intriga política promovida por el Sóviet Supremo.
La obsesión de Stalin
por matar a Trotsky
Tras
la muerte de Lenin en 1924 no sólo deja un vacío en la recién fundada Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922, sino que se inicia una guerra
paulatina y personal entre Stalin y Trotsky. No solamente les separaban
diferencias ideológicas sobre la forma de llevar a cabo la Revolución. Trotsky
llevaba menos tiempo en el partido, desde el estallido de la Revolución, y ya
era capaz de hacer sombra al más veterano: Stalin. Trostsky se convirtió para
el jerarca soviético en uno de sus enemigos más peligrosos y lo persiguió hasta
su muerte en agosto de 1940.
El
14 de noviembre de 1927, Stalin acabó expulsando a Trotsky del partido y,
consciente de que su vida corría peligro, Trotsky huyó a Turquía, Francia o
Noruega, instalándose finalmente en México. Desde allí, el ex líder del Ejército
Rojo intentó organizar una Cuarta Internacional que agrupara al conjunto de
fuerzas trotkistas tras el abandono stalinista de la Tercera Internacional.
Una
vez instalado en México, la obsesión de Trostky se acrecentó. Sabía que Stalin
iba tras él y lo quería ver muerto. Y así era. El 24 de mayo los servicios
secretos de la URSS al mando de David Alfaro Siqueiros, pintor mexicano, dispararon
junto con otros 20 hombres más de 300 balas sobre la casa del líder de la Cuarta
Internacional. Hecho del que resultó ileso, a excepción de la herida de pie que
le causó a su nieto la rozadura de una bala. Es entonces cuando Ramón Mercader,
comunista catalán, hace su aparición bajo la identidad de Frank Jackson,
ingeniero canadiense.
En
contra de lo que universalmente se cree, Ramón Mercader nunca fue reclutado y
entrenado en la Unión Soviética, así lo ha demostrado el historiador Eduard
Puigventósen en su libro El Hombre del Piolet, sino que fue
reclutado por los servicios secretos por su propia madre, Caridad Mercader.
La
familia era de origen catalán y burgués. Su abuelo Narcís Mercader poseía una
empresa de textil en la que trabajaba el padre de Ramón, Pau, y que acabaría
quebrando. Tras quedarse sin trabajo y la mudanza posterior de la familia, el
consumo de drogas terminó agudizando las malas relaciones. Caridad decidió huir
a Francia con sus hijos. En 1930 Ramón, tras regresar a Barcelona, acabó
militando en el Partido Comunista de Cataluña.
Ramón
acabó intimando con Sylvia Ageloff, psicóloga y socióloga norteamericana que se
encontraba en París, y fue su enlace con el partido en Nueva York, donde se
encontraba desde 1939 la sede de lo que sería la Cuarta Internacional de
Trotsky. Así es como Mercader inició sus primeros contactos con los círculos
trotskistas y lo utilizó para acercarse al líder, pero nunca llegaron a
entablar amistad como se cree.
Stalin
quería acabar con Trotsky y tras el fracaso de Siqueiros, lo mejor era que el
asunto fuese llevado a cabo por una sola persona.
Uno
de los grupos de los servicios secretos soviéticos encargados a llevar a cabo
el asesinato era el formado por Leónidas Eitingon, Ramón Mercader y Caridad
Mercader. El encargo fue recibido por Leónidas, pero finalmente lo ejecutó
Ramón, tras tomar la iniciativa. La operación Pato (Utka) se puso entonces en
marcha.
Ramón
consiguió acercarse al líder de la Revolución de Octubre a través de los
círculos trotskistas en los que se había conseguido adentrar gracias a Silvia
Ageloff. Guarda también amistad con algunos de los guardas de la casa de
Trotsky.
Mercader
consiguió llamar su atención a través de un artículo que quería escribir, y
necesitaba de su ayuda para corregirlo. Se establecieron varias visitas a la
residencia del teórico marxista. La última, el 20 de agosto de 1940, cuando el
catalán le asestó un golpe en el cráneo con un piolet que llevaba bajo su
gabardina.
Una
de las incógnitas era por qué decidió usar un piolet, algo que convirtió al
asesinato en algo peculiar. Lo cierto es que llevaba arma blanca y pistola,
pero Mercader pensó que la muerte más rápida, silenciosa y efectiva sería esa.
Pero lo cierto es que Trotsky pegó un grito, se volvió y mordió a su asesino.
Fue atendido por los médicos y sobrevivió durante 26 horas más.
Tras
su salida de la cárcel fue acogido por Fidel Castro en Cuba, y enfermo ya de
cáncer pidió a Santiago Carrillo su vuelta a España recién legalizado el
Partido Comunista en abril del año 1977.
Pero
Carrillo le impuso condiciones que no estaba dispuesto a cumplir: que
escribiera sus memorias contando quién le había dado la orden de matar a
Trotsky.
Carrillo estaba en pleno proceso de
formación del eurocomunismo y de revisión del pasado stalinista.
Jaime
Ramón Mercader del Río y/o Jacques Mornard
y/o Frank Jackson, nunca renegó de sus actos y le pareció un precio muy
alto. Nunca consiguió volver a España y murió en Cuba a los 65 años de edad, el
19 de octubre de 1978.
Espíritu de fortalezas
Entre
el Poder Judicial y el periodismo se concatena un espíritu de fortalezas. Entre
datos anecdóticos, al conocerse de la noticia de este crimen político, un
periodista del periódico El Universal, Eduardo “El Güero” Téllez Vargas, fue un
astuto reportero que cubría la nota roja; ante el cerco policiaco que se montó
en la escena del crimen, se vistió de médico para recoger sus testimonios
periodísticos.
El
periodista Roberto Rock lo detalla… Ese 20 de agosto de 1940 (hace casi ocho
décadas), sólo un periodista como él, con redes que como tentáculos alcanzaban
cada comisaría de policía, cada barandilla de juzgado, cada esquina, pudo
llegar trepado en una patrulla, sirena abierta, justo a tiempo para presenciar
la escena del estudio donde yacía, agonizante, León Trotsky, en la calle de
Viena 19, en Coyoacán.
Eduardo
“El Güero” Téllez Vargas era el único reportero en el mundo capaz de enterarse
que el ruso aquel, actor clave de la Revolución Bolchevique, artífice del
Ejército Rojo, sería trasladado “en las puertas mismas de la muerte” a la Cruz
Verde instalada en las calles de Victoria y Revillagigedo, en el centro
capitalino. Trotsky fue trasladado directamente al quirófano para una operación
que se prolongó varias horas. A unos metros, dentro del hospital, disfrazado de
camillero, “El Güero” aguardaba noticias, era ese mismo reportero inevitable.
Poco
después Téllez Vargas estaba en la redacción de su periódico con decenas de
páginas de su libreta plagadas de datos, algunos puntuales otros seguramente
producto de su fértil imaginación. Las revistas en ruso dispersas por el
estudio de Trotsky, las gafas tintas en sangre, la cama de latón con pátina
desgastada por el tiempo, acaso una melodía en ucraniano sonando aún en un
tocadiscos enmohecido…
El
periodismo de “El Güero” sólo era imaginable si se nutría de literatura, de
personajes más o menos verosímiles entre los que, con harta frecuencia, debía
figurar él mismo.
Por
la pluma de este (sui géneris) periodista el mundo se enteró de la muerte de
Trotsky, el 21 de agosto, víctima del piolet que incrustó en su cráneo Ramón
Mercader del Río, alias “Jack Mornard”, agente de la implacable KGB, la agencia
principal de la policía secreta de la Unión Soviética, inaugurada el 13 de
marzo de 1954 y cancelada por el Soviet Supremo, el 6 de noviembre de 1991.
El
mundo mismo seguiría durante las semanas posteriores las decenas de crónicas
con las que “El Güero” arrancaba secretos de los partes policiacos recién
rellenados: cómo Mercader (que pasaría 20 años en Lecumberri) enamoró en París
a Silvia Agelof, hermana de Ruth, secretaria de Trotsky, de las cuales obtuvo
indicaciones para entrar a la casona, y muy pronto se vio sentado conversando
con el líder soviético, que había firmado su sentencia de muerte tras romper con
el sanguinario Stalin.
No
es improbable que, con un dato aquí, un guiño allá, en los textos de Téllez
Vargas haya nacido la estrambótica versión de un romance entre Trotsky y Frida
Kahlo…
Le llamaban “El
Güero”
Quizá
no haya existido en México del último siglo un periodista en el que las
fronteras entre la verdad y la leyenda se hayan diluido como lo hicieron en la
vida personal y profesional de este sagaz reportero de policía cuya fama lo ha
sobrevivido por décadas. Ha sido un referente a través de las generaciones de
periodistas en México.
Producto
de su ingenio, de su simpatía irresistible, Eduardo “El Güero” Téllez Vargas
fue también resultado de un país que se agitaba con historias de folletín,
sufría las tragedias de la farándula y se indignaba ante villanos que parecían
inspirados en los personajes que protagonizaba en el cine Arturo de Córdova.
Una
Ciudad de México aun con profundos aires provincianos, que contenía la
respiración mientras devoraba sin pausa una historia de policías y ladrones (como
la icónica “Banda del Automóvil Gris”) que podía ocupar, cada día, una página
completa de periódico bajo la firma de un hombre instruido por las calles y
animado por la sola pasión del oficio periodístico.
Ese
hombre era Téllez Vargas (Morelos, 1908). Pareció vivir siempre al centro de
una novela en la que él fue autor y actor, mezcla estrafalaria de Truman
Capote, Eliot Ness y Hércules Poirot, todo ello sujeto al azar más literario
que alguien pudiera imaginar. Dígalo si no su biografía:
En
la juventud temprana Eduardo Téllez Vargas fue, presuntamente, campeón de baile
del muy famoso “Salón México”, en el circuito ya entonces sórdido de antros
cercanos a las calles de San Juan de Letrán, hoy Avenida Lázaro Cárdenas.
Con
el tiempo, él alardearía frente a sus colegas que cobraba por dar lecciones de
tango y danzón. Se apasionó por el béisbol y los toros. Decía que en 1927,
antes de cumplir 20 años de edad, jugó profesionalmente béisbol, como lanzador
con los equipos de la Procuraduría General de la República, Chicléts Adams y el
Colegio Williams, el plantel que en esos mismos años cobijaría a Octavio Paz.
En
1930 se olvidó de los deportes y “destripó” en la carrera de Derecho en la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para ser periodista, según
narró a José Ramón Garmabella para el libro “El Güero Téllez ¡Reportero de Policía!”,
publicado en 1982.
“Y
los peores crímenes, Güero, ¿cómo eran”, preguntaba Garmabella.
-“Con
cuchillos…largos y filosos cuchillos, siempre”, respondía aquél.
“¿Y
las víctimas, Güero?”
-“Bellas
y otoñales damas, siempre”.
A
este mismo escritor le narró que optó por el periodismo cuando su hermano
Armando, quien fuera editorialista en el periódico Excélsior, fue fusilado en
el Ajusco luego de publicar un artículo en el que criticaba la persecución que
sufría la comunidad católica. En el sepelio, supo que sería reportero.
Pero
su trayecto fue en sí mismo otra novela: Inició cubriendo deportes en “La
Época”, pero la crónica policiaca lo subyugó, por lo que se encadenó a ella en
“La Palabra”, le siguió “El instante”, posteriormente “La Noche”… y todavía
siguió “La Noticia”.
Luego,
el ingeniero Félix Palavicini, quien
había fundado el periódico El Día, lo invitó a unirse a su equipo de trabajo,
pero en ese diario no duró más que nueve meses. Téllez se integró al periódico
Novedades, diario que abandonó a consecuencia de una huelga. Entonces llegó a
El Universal, que sería su casa definitiva, donde publicó por más de 30 años. Toda una institución.
Vivir de recrear la
muerte
Fue
el 26 de septiembre de 1949. El avión que trasladaba a Blanca Estela Pavón, la
inolvidable pareja cinematográfica de Pedro Infante, se desplomó cerca de la
cima del Popocatépetl, sin sobrevivientes.
Téllez
Vargas escribió haber acudido al “rescate” de los cadáveres que “quedaron
regados en la falda del volcán”.
Jorge
Arriaga, el artista que al lado de Blanca Estela Pavón personificó el papel del
“Tuerto” que prendió fuego a la vivienda en la que murió el “Torito”, había
identificado, narró, lo que quedó de su compañera.
Años
después escribiría para sus lectores cautivos cuando, el 10 de marzo de 1955,
su sagacidad lo llevó a la casa número 83 de la calle de Kepler, Colonia Nueva
Anzures, pues la muy famosa artista de cine Miroslava Stern se había suicidado.
“El
cuerpo de Miroslava yacía sobre la cama, vestido con una negligé blanca y una
bata color fresa. Permanecía recargada la cabeza sobre la mano derecha, en la
que estaba un retrato de Luis Miguel Dominguín, una anciana y la ahora extinta.
En la mano izquierda, tres cartas con sobres de correo aéreo…”
A
finales de los años 70, tras medio siglo dedicado a perseguir y recrear la
noticia policiaca, Eduardo “El Güero” Téllez Vargas dejó de ser reportero de El
Universal.
Pero
logró que una nueva generación de lectores siguiera, extasiada, una selección
hecha por él mismo de sus mejores crónicas, que publicaba en El Gráfico, de la
misma casa editorial, bajo el título “Yo lo viví”. Murió el 6 de septiembre de
1991. Su fama perdura hasta estos días.
Este
reportero aún recuerda que “El Güero” vestía muy elegantemente, usaba sombrero
de ala muy a la usanza de los periodistas investigadores que dejan memoria
histórica, siempre traía un cigarro (Delicados) colgado de la comisura de sus
labios, un personaje inolvidable porque cada mañana, sonriente y amigable, a
partir de las seis de la madrugada, llegaba a la redacción de El Universal Gráfico
y quienes lo veían le ideaban: “¡Paren prensas…, El Güero trae la nota!”,
trabajos periodísticos que era muy leídos por el público lector que gustaba por
comprar el tabloide de Bucareli.
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