La
Poesía es Oxígeno Puro; tan Puro, que
Desconcierta:
Aturo Alcántar Flores
Por
Ana María Longi
Entrevista
exclusiva para "El Corredor Informativo"
Juan
Carlos Martínez N
Editor.
Ciudad de México.- ¿Cuál ha sido tu
experiencia poética en estos últimos años?... Fue la primera pregunta con la
que "El Corredor Informativo", inició una especie de repentino "ataque periodístico", con el
distinguido poeta mexicano Arturo Alcántar Flores. Y como siempre, su respuesta
y las que respondió a continuación fueron tan sabias como elegantes.
He
reflexionado lo siguiente: Uno está inmerso o inmensamente sumergido en la
incomunicación cotidiana (que uno cree que es la comunicación, la verdadera, la
única) y de repente, un día cualquiera, ocurre la lectura de un poema y uno ,
inexorablemente, siente que es rescatado del ahogo diario y , sin más… uno
respira, respira un oxígeno que de tan
puro , pareciera una sustancia ajena al cuerpo y a la vida y al mundo, tan puro
que desconcierta, se cimbra el cuerpo todo y le siembra al cuerpo vida, esa
otra vida conectada con todas las cosas, con todo el universo. Nos arranca de
tajo de esa sensación de estar en el mundo, a la certidumbre de ser el mundo. A
participar de la naturaleza de la vida de todos los tiempos y todos los
lugares.
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Arturo Alcántar Flores (México D.F. 1957) periodista y escritor,
sus cuentos y poemas han aparecido en diversas revistas y
suplementos culturales, como Plural, El búho,
La cultura en México, Revista Generación,
la revista electrónica Corazón de Oaxaca y Poiética.
Ha publicado dos libros de poesía: Sueños de
profundo olvido y Desapariciones del mundo frágil.
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¿Pero
un poema no es algo muy particular, muy concreto?
Así
se trate de un poema muy concreto, escrito, digamos, a una mujer
específica, uno ve allí, merced al
lenguaje poético, al instante poético, no sólo a todas las mujeres sino también
a todos los hombres y a los seres vivos existentes e inexistentes, pretéritos y
futuros. Es casi el aleph borgiano. En un instante estamos en la permanencia,
lo perene. Parpadea la eternidad. Se presenta la revelación. La comunión con el
todo.
¿O
sea que el poeta viaja en un instante
hacia todos lados con la palabra?
Más
bien con la poesía no se transita. Uno se detiene. Contempla el paso de todo.
Cómo todo lo atraviesa a uno: las palabras, los silencios, las épicas, las
soledades, una sonrisa, una lágrima, la vida y la muerte… Y uno se queda sin
defensas, inválido, a merced de lo que las palabras poéticas hagan o deshagan
en uno. Y después uno se siente único. Adánico. El elegido de los dioses. Y de cierta
forma es así: la poesía nos ha elegido para que una cierta tarde, a la luz de
una cierta lámpara de la sala la leamos.
No antes, no después. Uno llega a la poesía, a la hora en punto. Y a partir de
ahí uno se siente inoculado por un ser superior. Uno camina por el mundo como
un inmortal. Siente que lo puede todo: conquistar una mujer, conquistar el
mundo, caminar sobre el mar o atravesar con semáforo en rojo la avenida
principal. Cualquier gesto trivial o estúpido, lo convierte en magnificencia
vital. El lujo inaudito de vivir. El lujo de vivir la poesía.
¿Y
cómo ve el poeta, la muerte?
En
los últimos dos años murieron mis padres – primero mi papá y luego mi madre. Entonces la muerte se me puso
enfrente de mí. Retadora, con su sonrisa fría y socarrona. Como diciendo: “y tú
¿qué puedes hacer?, con todo y tu poesía, y tu sentimiento todopoderoso, a ver
dime”. Y uno no dice. No puede decir nada. Podré recordar a mi padre o a mi
madre, los pasajes maravillosos de sus vidas en la mía. Pero sólo es eso: la
vida de ellos y mi vida. Pero decir la muerte es imposible. Decir la nada es
una paradoja. Podré decir la inmensa tristeza que me ha embargado la ausencia
de mis padres. Podré incluso pintar con palabras grises ese mundo que quedó en
mí sin ellos. Pero su muerte, en sí, no.
La muerte es indecible. A mis dos padres, en su momento, los vi cómo iban
abandonando lentamente la vida, la sonrisa, la palabra, el soplo vital. Y
después, nada: un silencio, un sepulcro, unas cenizas. Y después, nada. Ni una
sola palabra.
Quiero decir con esto, que la palabra
poética se enfrenta a una tarea que le es ajena, al querer nombrar la muerte o
el vacío o la nada. Porque justamente cuando menciona o toca poéticamente esos
ámbitos – la muerte, la nada, el vacío inefable- inmediatamente les da vida,
los saca del sinsentido a la significación. De lo inefable, a la palabra
posible, dicha. Y esto incluso en la poesía más seminal o primigenia. Porque
justo cuando nombramos las cosas por primera vez, justo en ese momento existen,
se les da el soplo de vida. Las cosas que no tienen nombre, o son imposibles de
nombrar, sencillamente están vacías, son la nada. Entonces con la poesía mis
padres no han muerto. Siempre serán.
Hablando
del instante poético ¿cuándo llega éste?
El
poeta es poeta las 24 horas del día; hasta cuando duerme. Haga lo que haga,
trabaje en lo que trabaje. No digo que escriba o conciba poemas las 24 horas
del día, no. Sino que las 24 horas del día están abiertas las puertas, casi
como las que relata Aldous Huxley, en Las puertas de la percepción, con sus
experiencias alucinógenas con la mescalina. Según él con esa droga se abrían
las puertas de la percepción. La mescalina acá, es la poesía misma, la
capacidad de abrir esas puertas hacia afuera y hacia adentro, incluso borrar
esa frontera entre lo interior y lo externo. Y de la misma forma en que la
droga elimina los filtros para percibir la realidad, la poesía, abre las
puertas y quita cualquier barrera para
que nos atraviesen los sentimientos, los objetos, lo real y lo irreal. Por eso
me parece redundante y pleonástico que
un poeta recurra a alguna droga para atrapar palabras o imágenes y plasmarlas
en un poema. Qué mescalina ni qué nada. Y con la ventaja que la poesía no está
prohibida ni la distribuye el crimen
organizado. Aunque mejor ni le doy ideas…
Es
un ser excepcional, el poeta.
El
poeta, aun así, tiene los pies en la
tierra. Come, mea, fornica, duerme. No necesariamente en ese orden o, peor aún,
al mismo tiempo. O dice estupideces. El poeta no es las 24 horas del día un
sabio – qué va. Incluso no todos los poemas alcanzan lo que el poeta quería
atrapar. Pero cuando lo logra, entonces sí, el vecino ve desde su ventana cómo
el poeta despega las plantas de sus pies por unos minutos o segundos, tres o cuatro
centímetros sobre la tierra. Y aunque el resto del tiempo sea un hombre común y
corriente – a veces muy común y muy corriente- ya ese solo hecho de cuasi
levitación, o saltito cuántico o saltito a secas…lo convierte en un ser que
causa desconfianza. Todos lo miran y lo tocan de lejos con una ramita de árbol,
a ver cómo reacciona. Pero un poeta no muerde. Aunque a veces tenga ojos de
loco, es inofensivo. De veras, Anita, tócame, no pasa nada.
Un
poeta, ¿trabaja de poeta?
La
poesía no es un trabajo, sino una manera de estar en el mundo, de sentirlo, de
entenderlo. Mis trabajos han sido otros y muy diversos, desde “hueso” en la
redacción del periódico, músico, reportero, corrector de tesis, escritor
“negro” o escritor fantasma, redactor de anuncios e incluso… espía de
conversaciones ajenas. Y mis pretensiones pasaron por las de ser ingeniero,
psicoanalista, antropólogo, intelectual…pero no llegué a ningún lado, salvo a
una actividad real y permanente, aparte de la de escribir: la de lector. Si no
leyera sería un loco o un asesino serial.
Dicen que de músico, poeta y loco…
Una
vez mi hermana, que vende productos para
hospitales, le comentó a un médico que
mi nacimiento se había realizado con la ayuda de unos instrumentos llamados
fórceps (hoy prohibidos por su peligrosidad). El médico le preguntó: “qué
caray, ¿y está internado en algún psiquiátrico?”. A lo que mi hermana respondió
de inmediato: “no, no, es poeta”. Y el
médico, remató compasivo: “oh, pobre, lo siento”.